Basta con echar una ojeada a las ofertas de empleo para hallar una retahíla
de virtudes exigibles al trabajador moderno: proactivo, sociable, maduro,
organizado, estable emocionalmente, emprendedor, colaborador, resistente al
estrés…
El dinero, la eficiencia, la competencia y el sistema económico han desplazado al ser humano del centro de la sociedad. La obsesión por el juego económico no
es compatible con una sociedad solidaria dotada de valores realmente
humanistas.
¿Podéis imaginar como sería una sociedad centrada en las personas? Ser un
ciudadano implicaría tener vivienda digna e ingresos económicos suficientes.
Implicaría reconocer las flaquezas humanas, comprender que no todos pueden ser
igualmente competentes, habilidosos o inteligentes, y aun así no perder el
derecho a la existencia digna. Una sociedad centrada en las personas significa
reconocer la mera existencia como valor intrínseco que, más allá del hacer, se
fundamenta en el ser.
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